Una temporada en fuera de juego XXVI

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En cuanto el inspector Jem Mackie se acomodó en la parte trasera del coche de Batman, tardó segundos en caer en un profundo sueño. Cuando se despertó pidiendo, a gritos, que parasen para comer, el coche recorría los túneles de la M-30.

– Jaime no seas pesao, que ahora pasado Madrid pararemos a tomar algo-le dice Juanjo.
– Eh, que tengo hambre y quiero comer bien.
– Pues te aguantarás hasta la noche, porque ahora vamos a hacer una parada corta y seguimos hasta Valladolid.
– Está bien, cenaré en Olmedo como Dios manda.

Tras el breve descanso, Jem Mackie parece más relajado y contento.
– ¿Cómo va la investigación?—le pregunta Albert.
– ¿Te refieres al caso Gilbert, no?
– Claro.
– Pues veréis, creo que voy a dar con la solución, aunque el resultado no sea muy alentador. El otro día hablé con Tono, y me dijo que contactara con un tal Recaredo Agulló.
– Hombre sí, el speaker de las carreras populares.
– Bien pues creo que Recaredo me ha puesto sobre la pista buena. ¿Vosotros sabéis quién fue Juan Negrín López?
– El Presidente de la Segunda República durante la Guerra civil Española-dice Albert.
– Muy bien, pues Negrín tenía un guardaespaldas y secretario llamado Enrique Georgakopulos Teja. Negrín lo había reclutado después de que este le defendiera con contundencia en un acto público. Georgakopulos era hijo del cónsul de Grecia residente en Vinaroz. Médico como Negrín y gran deportista, en aquella época de múltiples disciplinas, a la vez promotor y practicante, y como no jugador de rugby, según Recaredo probablemente el primer jugador internacional valenciano, junto al doctor Manuel Usano y el tío Balta Bonet. Bien pues Georgakopulos permaneció al lado de Negrín hasta el final de la contienda, se despidieron en Francia, en el exilio. Georgakopulos se instaló en el sur de Francia y montó una imprenta. En Noviembre de 1944 fue asesinado de un tiro en la nuca, junto a su compañera Maruja en el bosque de Picaussel en Najac. Se sospecha que perpetró el asesinato un comando a las órdenes del partido comunista soviético, como con Trotsky digamos.
– Vale, ¿pero todo eso tiene algo que ver con tu caso ahora?-pregunta Juanjo.
– Bueno es lo que trato de averiguar. Dentro de dos semanas he quedado con mis colegas franchutes, Didier Mismasque et Nicolas Boyer, en Najac, un pueblo al parecer muy bonito.
– Eh, nosotros estaremos también en Francia, en Vinay. Nos tienes que tener informados de los acontecimientos.-le apunta Albert.
– No lo sé, vosotros parecéis unos condenados entrometidos.
– Olmedo Jaime, hemos llegado a tu destino. Ten cuidado ya sabes lo que dice la copla: Esta noche le mataron al caballero, la gala de Medina, la flor de Olmedo.
– Descuida Albert, como no me busquen en un restaurante…venga nos vemos en Valencia. Suerte en el torneo. Hasta luego.
– Hasta pronto Jaime.

Juanjo y Albert prosiguieron su camino a Iscar, y esa tarde, antes de que llegase el grueso de la expedición, cenaron en buena compañía con Manu Ortiz, Teo y Bruno; también les acompañaron Edurne, Javier, Antonio y Paul. Y ya todos con infantiles nervios a instalarse en la residencia juvenil, sin despreciar un ratito de sosiego nocturno en la terraza romana.

El día del torneo esto parecía una panoplia la mañana de Navidad. Ustedes saben que el decoro mengua cuando la necesidad aprieta, así que cuando vean aparecer un corredor en lo más caliente del partido con cara de despistado, efectivamente se ha extraviado. Aunque en un santiamén sea capaz de fabricar una jugada del copón, todo es embuste, falacia, fábrica de papel, ladrillos sin mortero, chicha sin alma…una ola que exultante se desvanece en la playa de la realidad. Estate despierto, atento, previsor al menor movimiento, alerta al compañero, y el equipo entero como un solo hombre avanzará sin temor, más allá del umbral de todas las tempestades.

A primera hora el equipo de rendimiento en un cuadro asilvestrado, donde los caracoles y las amapolas campaban por la touche, se las tenía con el Alcobendas. Eran todos chicos curtidos, sensuales, de mano dura y mirada atrevida, aunque algunos como Héctor estaban ya enloquecidos jugando a los soldados. En el siguiente lance con el Salvador, tres contrincantes de oscuro pelaje se pusieron de pie de un salto sin saber qué hacer. A uno lo derribó al primer golpe, pero los otros dos cayeron salvajemente sobre Alexis. Entonces el campo se llenó de sonidos de muchachos que se movían desordenadamente de un lado a otro. Octavio corría en zigzag para hacer más difícil la puntería. Sin esperar nubes fantasma ni cielos de rotos ceniceros, Jorge López hizo de tripas corazón y volvió a correr en campo abierto. Otros como Sergio Soler se echaron a la carrera en el momento oportuno con los del Barça y el Granada al acecho. Algunos buenos corredores también se adelantaron en el espacio y se acercaron a su objetivo. Y otros más adelantándose se abrieron a izquierda y derecha rodeando a los contrarios por ambos costados.

En el último partido, a decir verdad ya habían perdido mucha sangre y mucha velocidad, y cada vez les costaba más respirar. Tom tenía la cara blanca como la nieve, pero sus ojos brillaban como extrañas gemas, y su voz cuando habló sonó áspera y enronquecida por la excitación y el éxito. A Raúl le dolía mucho el pie y la cabeza le daba vueltas, y a Ibu las piernas le pesaban como plomo. Pero siguieron corriendo sin darse por vencidos.

Cuando el equipo de promoción naranja se puso en marcha, el cielo rompió su tristeza de cenizas con rayos y truenos, e inciertas gotas de lluvia, en el instante en que Manu Badenes pensaba: Con cuánta razón dicen que la caballería ha muerto. Además Fernando Fernández sintió que había llegado el momento de dejar de batallar con plumas de pavo real, sino con flechas de acero. Mediado el partido contra el CRC alguien entró en el campo, la capucha le cayó hacia atrás, liberando una cascada de cabello rubio que se le derramó sobre los hombros, al tiempo que María abría los ojos. Al abandonar el terreno de juego, con el rostro manchado de sangre reseca y el pelo sucio de tierra, los entrenadores le dijeron a Jorge Beta: Has ganado tus espuelas de caballero, esta noche puedes cenar como un gañán.

Cuando esta mañana en el último partido Ricardo Colubi piso el campo, descubrió que la batalla estaba aquí, y no en otra parte. El resto habían sido luchas sin importancia. Es aquí donde tenían que vencer. Óscar también se había dado cuenta y miró a su alrededor, algo incómodo, buscando algún peligro escondido.

Nada más iniciarse el encuentro del equipo de promoción verde frente al Santboi, parecía que la tierra temblaba en el confín de los mundos, Giorgio cayó redondo, pero ágil se levantó de un salto, y desde la banda escuchó: ¡No te desanimes, cazador de leones! A Miguel le martilleaban los oídos y le daba vueltas la cabeza, como si estuviera luchando contra los remolinos de un río. Y antes que verse colgado de una cuerda, Sergio Juan había decidido, quizá un poco tarde, remover cielo y tierra con este puñado de amigos. Su amiguete Marquitos recibió un golpe en la cabeza, y aunque el casco le protegía, el impacto le hizo caer de rodillas, y todo empezó a darle vueltas como en un tío vivo. Entonces Jim pensó que su jugada secreta no era un truco, sino lisa y llanamente un atrevimiento, que en las grandes dificultades suele dar resultado.

Tras el enfrentamiento Pablo Sánchez dedujo que ese juego mágico, nada tenía que ver con el diablo, sino con los poderes de los números y los planetas. Cuando les tocó el turno con los de la Universidad de Sevilla, Diego van Langhehove iba corriendo en un tropel oscuro, que se diseminaba al final en grupos pequeños. Todos los chicos iban gritando y gesticulando y agitando los brazos en el aire, alguno caía de cuando en cuando y otras veces, al caerse uno, hacía que todos los que le seguían se cayesen encima de él. Al final de la mañana cuando Rubén abandonó el terreno de juego, todo el revuelo y la confusión de la batalla cesaron instantáneamente.

De regreso a Iscar, parte de la grey menuda se solazó a la sombra de la monumental plaza de toros, otros se aventuraron en las faldas de la colina que un guerrero castillo corona, y los más listos hicieron acopio de las mesas en la cantina de la plaza de toros. Tras la cena y el café, prosigue la amena tertulia en la terraza romana.

De buena mañana, la segunda jornada del torneo olía a recio ajetreo de infantes, correteando por los pasillos antes del desayuno. Luego todos partieron a los campos de Pepe Rojo, los S-8 enfrente en Fuente de la Mora. Los chavales se arremolinaban en los terrenos de juego, mientras los educadores los arreaban como ganado turbulento. En cuanto el equipo de promoción verde retomó de nuevo el juego, en el primer y tumultuoso impulso de colores, Luis desapareció de la escena con una rapidez tan fulgurante que parecía sospechosa. Luego Manu Ortiz llevó el fuego y la sangre, pues todavía quedaba cierta esperanza de salvación en el fondo de su alma. En la primera jugada vio el balón sin dueño, y Jorge Herrero era capaz de dar la vuelta al mundo por un regalo así. Aquella mañana Víctor Escallez, en el fragor de la batalla, jugaba como un hombre que tiene dentro del cuerpo más vino que entendederas. Mas todos saben que Pablo Endersbay sabe pedir el balón siempre en buena disposición, pero cuando las peticiones le fallan alarga la mano y coge. En el último y más disputado partido era tan fuerte y frágil a la vez, la voluntad de Carlos que hasta podía oír los latidos del corazón de Pablo García. Este sabía que habían tenido una derrota, otros pensaban que una ruina. ¿Por qué iban a negarlo? Pero tenía claro que debían volver a montar los caballos lo antes posible.

Mientras tanto en una esquina verde de ningún lugar el equipo naranja de promoción estaba a punto de caer en la trampa, y desde la banda Álvar le dijo a su mamá: Si no llego a tiempo de prevenir a esos muchachos, iré a jugar con ellos. ¿O es que quieres que abandone a mis amigos, los amigos entre quienes he vivido? Entonces Liam se volvió como el perro que oye la voz de su amo, y corrió como el viento. Tras Javi, como un solo hombre, la tropa le siguió y sin parar de correr, entraron en campo abierto.
-¡Ganad la gloria para mí!- gritó Víctor Serradell, pues la parte principal del partido tendría lugar probablemente aquí mismo.

Cuando Teo pisó el terreno de juego parecía como filas de hombres en orden de batalla. Y durante unos minutos la lucha se sucedió casi en silencio, en suspenso. El combate arreciaba del azul al rojo, y después de sufrir un golpe mortal de necesidad para cualquiera Sergio Puerta volvió a la carga, saltando, golpeando y doblando la rodilla, el pie y la mano, con el mismo valor, la misma rapidez y la misma febril energía. Y en los puntos más calientes siempre se encontraba Bruno con la ventaja de un ataque directo y por sorpresa. En varias ocasiones, en el campo le esperaban solo un puñado de chicos, pero Mauro se los quitaba de en medio con la facilidad con que el viento arranca las hojas de los árboles; cuando por fin quedó libre el camino y con el corazón en un puño, Marcos Acedera rezó desde el fondo de su alma.

El equipo de rendimiento fue el último en cerrar el torneo. Isma que se había despertado antes del amanecer, cuando los pájaros no cantaban todavía, pero ya estaban gorjeando entre las ramas, sintió los estertores agónicos del combate, nada más empezar, el equipo contrario quedó sorprendido, por la rapidez del ataque de su oponente, se quedó vacilante. Fernando Martínez-Ibarra saltó al cuello de su adversario y lo tiró de espaldas; Manuel y Vicent estaban dispuestos a morir o armarse caballeros, tras el recuento de los despojos. Todo el día había estado en movimiento, pero Rodrigo sentía el corazón Ligero y el cuerpo a gusto y corría fácil; ante la incertidumbre del desafío, Diego Pérez-Jorge estaba resuelto a todo y arengó a la tropa: ¡Qué los Santos ayuden a mis amigos, y la Santa Doncella proteja a los que juegan conmigo!

Entonces Víctor Ribes levantó su mano, en su rostro había aparecido de repente una expresión de salvaje energía, a la luz del sol, sus ojos tenían un brillo especial en su cara curtida de niño. Ya los equipos se recogían abatidos, diezmados, reconfortados, alegres, esperanzados en su pequeño corazón, ilusionados con la siguiente temporada, aunque vagamente en los rostros infantiles se adivinaba una emoción sin disimulos; y todos en este paisaje inútil con sus trofeos de tierras ignotas y poderosas, de selecciones victoriosas y luchadoras, regresaban magullados y felices, aunque en el camino, los elementos literalmente, les pusieron mirando a Cuenca.

El lunes cuando el inspector Mackie entró en su despacho, encontró una nota pegada en el interior del cajón de su escritorio: – Nuestro hombre es Georgakopulos, nos vemos en Najac. John Silence.

Continuará (…)