Una temporada en fuera de juego XXIII

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Los hermanos Mascarell nacieron de un vientre, primero Manuel de cabeza, y con la mano derecha tirando de un pie de Vicent, que venía detrás. De tanto tirar entonces, a Manuel a veces en los cambios de estación la mano le duele, como está mañana en el primer envite del partido; sin embargo a Vicent nada ni nadie le paraba en sus serpenteantes correrías, hasta que se tropezó con un tambaleante Alexis, que sujetándose la barriga con ambas manos le puso cara de arrojar por la boca lo más grande del menú.

Mientras tanto Fran impartía lecciones, en la pizarra verde del campo, de estrategia básica. A varios jugadores que se perdían en el tablero de escaques, les señalaba lo que hay o mejor debería haber debajo del casco; a otros directamente los movía de casilla, y ponían cara de circunstancias y hasta parecía que fueran a desmayarse para encubrir su equivoco. Algunos con disimulo se miraban la suela de las botas por si tuviera forma de arco de herradura, incluso se levantaban el faldón de la camisa para comprobar que no les había crecido pelo de pollino. Cuando todo el mundo sabe que el homo sapiens es el único animal que por doble partida puede tropezar en la misma piedra del camino.

Ajenos al arte mayor del rugby los gaznápiros con torpe intuición siempre eligen la egoísta opción del camino más transitado para ganar la línea de ventaja. Si consiguen franquear la defensa es por habilidad, fuerza o velocidad, y claro con la inestimable participación de una defensa dúctil, como si corrieran por un campo sembrado de margaritas. Alguna vez se encuentran  un pertinaz defensor, un valiente placador, y ofuscados en suyo intento la pelota acaba en manos del contrario, que suele jugar también como un rompenecios. Sin embargo cuando por noble intuición, ciencia infusa o calculado movimiento matemático consiguen entrelazar una jugada responsable, el terreno de juego queda en suspenso como un remanso de agua, y poniendo uno la mano en visera puede adivinar acuarelas de brillantes aguadas y rica paleta de colores.

Al otro costado de los palos hay partidos de verdad, unos juegan contra les Abelles y otros con les Abelles. Unos contra consigo mismos y otros con los demás (en realidad todos juegan con los demás, aunque todavía no se han dado cuenta). Hay árbitros de postín Paula y Jorge Aranda, y como siempre puertas que atravesar y caminos tortuosos que recorrer.

Muchos jugadores a los cuáles todavía no se les había preguntado si tenían nombre de hombre esperaban su oportunidad agazapados en la sombra que proyecta el equipo entero, moviéndose a trompicones por la cuesta arriba y abajo. Los más discretos persiguen la pelota y dudan de su genuino valor, los que saben que es un tesoro oculto, nunca pronuncian esa palabra inglesa con que se designa el juego entre dos equipos con una pelota ovalada.

Esta mañana, nada más tomar el desayuno, Roberto se envolvió en la túnica que le había tejido su hermana con motivos de animales salvajes, sin sospechar que tendría en breve que huir de las Erinias como Orestes, que este si tenía nombre de hombre. Las Furias del rugby clamaban venganza por la ofensa hecha sin conocimiento por Roberto al confundir un maul con un ruck y chafarle la oreja con el pie a un descuidado zaguero. Luis y Jorge Herrero, que también tienen nombre de hombre, le explicaron que debía sacrificar algún animal a los dioses para aplacar a las Furias. Pero como no disponía en ese momento de carnero, oveja negra ni siquiera de un conejo lunar, decidió sacrificar un compañero que no tuviera nombre de hombre. Se amparó en la puerta de un ruck del balón y le dio un pase a quema ropa, luego le atropelló un camión y finalmente consiguió aplacar la furia de las Erinias.

A Jorge Herrero y Luis el oráculo de Delfos les prometió la victoria si Pepe, primo de los Dioscuros, asumía el mando. Pero él no sentía ningún deseo de atacar en campo abierto, y discutió acaloradamente con su amigo Mauro sobre la conveniencia de la campaña. Al ver que no lograban estar de acuerdo sobre si debían atacar en orden abierto o cerrado, la decisión fue remitida a la tía de ambos, Patri. A Juanjo, hijo de Polinices, la situación le resultó familiar, y en consecuencia siguió el ejemplo de su padre: sobornó a Patri, con la túnica mágica que Atenea había regalado a su antepasada Harmonía el mismo día en que Afrodita le había dado el collar mágico. Patri se decidió por el ataque a campo abierto, y Pepe asumió el mando contra su voluntad.

En la batalla que se libró ante las murallas de l’ Alquería del B. les Abelles perdieron a Butes de Atenas, y el adivino Manolo advirtió a los abejorros que caerían antes de la noche por mano de los del RCV, y su campamento sería saqueado. Así que huyeron al amparo de las sombras tenebrosas, cuando Jorge Herrero y Luis entraron en su campo de juego con las primeras luces del crepúsculo, solo encontraron una pelota ovalada rodando al capricho del viento y al medio melé que se había extraviado. Pepe no estaba contento pues Juanjo se jactó casualmente de que casi todo el mérito de la victoria era suyo pues sobornó a Patri, del mismo modo en que había hecho su padre antes que él, para que diera las órdenes de emprender la batalla del partido.

En el siguiente partido el equipo fue atrapado en una tempestad procedente del sur, pero Raúl invoco a Apolo, quien envió un relámpago gracias al cual pudieron ver en las tinieblas del  ruck y consiguieron arribar bajo palos y varar el juego. En agradecimiento Raúl erigió un altar dedicado a Apolo, cerca de un lugar donde se oye el rumor de las olas.

El inspector Jem Mackie se colocó las gafas que le había regalado José Funez, y se puso a leer el fax, después de leerlo varias veces solo consiguió descifrar la firma y rúbrica: John Silence, investigador de lo oculto.

Continuará (…)