El mejor jugador es aquel que lo sabe, y por eso no necesita hacer nada para demostrarlo.
Esa mañana de sábado, Tom parecía ser el mejor, al menos esa era la impresión que producía en los demás. No con ese toque diabólico de las fintas de Carlos Baixauli, ni con la impronta incendiaria de su irresistible juego, si no con la impasibilidad del que se sabe superior y calcula con matemática exactitud el momento preciso para ejecutar el sencillo y contundente movimiento que lo resuelve todo. Bien alineado en el lado abierto del campo, una pierna adelantada como un velocista en la línea de salida, las manos fuera, arranca y controla su carrera, pide con vehemencia el balón que ya vuela a sus manos abiertas, al contacto de la pelota acelera hacia el hueco que franco se abre ante él. Moldea su cuerpo al paso de la puerta cimbreando las caderas y dejando libres y ligeros los pies, levanta las rodillas y despliega la zancada, ya con el objetivo al frente dibuja un suave arco, parábola que le lleva derecho al ensayo. Como corsario ante el San Roque no volverá a disfrutar de tan buenos balones, pero dejará algún regalo en forma de bellos pases y contundentes placajes.
Esa mañana al otro lado del campo Jim se afanaba con sus amigos por llevar a cabo los objetivos de este semestre, a saber: avanzar y hacer avanzar. Lo primero lo tiene claro, como casi todos sus compadres, lo segundo no tanto, aunque pronto descubrirá que viene implícito en la premisa anterior. Laborioso persigue el balón por todo el campo, si lo tiene el contrario no desfallece hasta conseguir que la posesión cambie de mano, en ataque intenta llegar el primero a los puntos calientes y hacerse con el premio de la pelota. Han atrapado a Miguel que rueda por el suelo pero presenta bien el balón, Jim está presente y como nadie le disputa la pelota, la agarra y sale disparado en el eje, a su izquierda oye la voz apremiante de Diego Van Langhehove, y le da el pase, no es muy bueno pero Diego se hace con el balón y persiste en el eje profundo; Alejandro Pérez y César le rodean, intenta escapar corriendo de lado, pero apercibe a Jim que le ha redoblado, antes del contacto inevitable sirve a ras un pase estupendo, Jim ya es imparable.
Esa mañana Adriana no bajaba, como es habitual en ella, al carbón, y cuando lo hizo es porque la habían pillado con el carrito del helado, pero en eso de liberar el balón tiene buena escuela. Por eso en muchas ocasiones suele hacer las veces de medio melé. En una de ellas siente en la espalda la presencia del jinete fantasma, que a la carrera viene lanzado desde el campo abierto a un desprotegido pasillo cerrado, le asiste con un buen pase y el jinete veloz con sus patas de alambre quema la línea de touche. Aunque la duda le asalta al avistar a lo lejos una sombra maquiavélica que se desliza hacia la banda, animado por voces amigas persevera en la carrera ya desatada, y justo en la esquina aún con Carlos Baixauli asido de las piernas Diego Pérez-Jorge consigue ensayar.
Esa mañana en la tormenta del juego apareció un gigante que balón en mano arrastraba implacable al equipo hacia la línea de marca, para que su compañeros, con la defensa empotrada, liberaran el balón al ensayo. Pacientemente el gigante esperaba su ocasión de pescar un buen pase en campo abierto y darse un homenaje a la carrera. Pasaban los minutos, y llegó la última parte, y rezó para que escucharan sus plegarias, y por fin ese deseado pase, ese precioso balón llegó y con una puerta libre que franquear a grandes zancadas, con la sonrisa en la boca Óscar cruzó el campo hasta la línea de marca y más allá.
Esa mañana Mr. Drop y Don Melé, los abuelos de Tom y Jim, se habían dado un paseo hasta 4C para ver a los chicos jugar al balón ovalado. Este juego turbulento les dejaba algo perplejos, pero admirar las caras de felicidad de los chicos les resultaba tan gracioso y gratificante, que prometieron volver otro día. Incluso antes de marcharse han echado un vistazo al partido que libraban los S-12 con los S-10, un duelo de altos vuelos donde el enfrentamiento físico estaba al mismo nivel que el ataque descarado.
Esa mañana tras el tercer tiempo, mi amigo el filósofo me confeso que esos chicos le habían dado la vida. Ora pro nobis.
Continuará (…)
Por Albert