Y una vez, cuando ya Marcos Acereda sabía correr con la pelota, Manuel Badenes lograba pasar el balón y Carlos Baixauli conseguía el placaje del siglo, o incluso Liam intentaba chutar, yo estaba tendido junto al campo de juego, y fueron apareciendo el resto de chicos que tenían entrene conjunto en 4C. Al calentamiento preceptivo iban uniéndose poco a poco corsarios y octopus, y también jugadores del Liceo que son lions et mousquetaires. Mandé a Tom y Jim con cajas destempladas para el centro del campo, donde estaban sus compañeros y Fran, y Patri y Sabina. Con Juanjo señalizamos las zonas de marca; Iñigo y Dany se encargaban del arbitraje, y Miguel Ángel de los cambios y el agua. Aunque eche en falta a Vicent y Manu, y Álvar los equipos estaban preparados para luchar.
Desde lo alto de la colina se escuchó tenue pero claro el silbido inicial, y los muñecos se movieron a voluntad por el tapiz verde. Vi a los corsarios usar tretas que rozan lo ilegal y sufrir bajo las andanadas de los mosquetes, vi garras afiladas contra poderosos tentáculos.
Desde lo alto de la colina escuchaba el entrechocar de los cuerpos lanzados al vacío, el roce frío de las camisetas con los pantalones, las voces prietas de los entrenadores, pero apenas un acaramelado suspiro o un grito ahogado de los jugadores. A pesar de todo había en el aire sonidos de ritmo africano.
Y una vez, -no recuerdo ahora exactamente en qué otoño fue- una mañana de sábado soleado con gente expectante mirando desde las gradas, Tom tomaste el balón y te anime con fervor y corriste por lo menos veinte metros, y hubieras llegado al final si no te alcanza Ibu con su carrera desmelenada y te saca fuera del campo. Y de repente alguien soltó un ladrillo, un ladrillo, pero mira por dónde Fernando Martínez-Ibarra lo atrapó sin dolor y lo convirtió en bonito balón, y emprendió un viaje no exento de peligros. ¿A dónde vas ladrillo ovalado? Pues fue a parar a manos de Alejandro Remolino que lo arranco, no se sabe cómo, de un maul andante; Alejandro cerro los ojos y el balón paso a Jorge Beta que estaba tomando café.
Desde lo alto de la colina se ven fuegos artificiales, y es que el balón, perdón el ladrillo, lo lleva en volandas Rubén. Pero la mecha también la han prendido sin que se les cayeran los mixtos del bolsillo: Javi, Héctor, Ricardo y Carlos Salazar. Por el camino se han quemado con el azúcar del juego fácil Giorgio Napolitano, Alexis, Pablo Endesby y Víctor Escallé.
¿Y luego qué paso? El balón quedo suspendido en el espacio exterior, sí pero Fernando Fernández se caló su casco de bombín, avistaron la señal Santiago, Octavio, Marc, Teo y Óscar, y el ladrillo de nuevo surco el cielo, todos tuvieron que agacharse para que no les volaran las cabezas. Se unieron al grupo de los que gustan correr con el balón alrededor de la medianoche los claros días de otoño gente como Jorge Herrero, Miguel, Raúl, Sergio Juan y Leo. Y aún sin que llegue la medianoche, y los ladrillos voladores enciendan sus fuegos de luciérnagas, hay quien se entrega en cuerpo y alma como Jorge López, Nacho Martí, Bruno, Eric y Mauro.
Con los ladrillos fosforescentes hay quien hace pared, masones de fortuna en un desierto lleno de reflejos mentirosos; Roberto se adelanta en el quehacer junto a Adriana, Luis, Manuel Ortiz, David Pedrós o Rodrigo. Aunque la mañana transcurre entre halos espectrales que ponen la carne de gallina y fulgores eléctricos que despellejan las jugadas más audaces, desde lo alto de la colina he visto a Jim correr desesperado en sentido figurado perseguido por guerreros románticos, con Alejandro Pérez abriendo filas, Diego Pérez-Jorge alzando la bandera, o David Prior y Sergio Puerta a la bayoneta.
Y una vez más Tom fuiste cabeza de puente, mientras Víctor Ribes, Jaime, Pablo Sánchez y Víctor Serradell invadían el cerco a cuchillo sin observar que desde la touche un río de sangre ahumada les perseguía. Cuando Sergio Soler se dio la vuelta y vio al soldado desconocido con el rostro pintado de sangre reseca, levanto la cabeza, oteo el horizonte, aviso a Álvaro Teruel a Swan y Noah, y atacaron y asaltaron una defensa en desbandada que como una máquina de algodón rodó en el suelo empujada por el viento templado de poniente. En las postrimerías del día usaron el protocolo de muerte los que todavía tienen brillo en los ojos y la defensa no les parece un mar en perenne renuevo, sobre el terreno ardiente Diego Van Langhehove detona el ataque y le siguen como atraídos por la blanca palidez del ladrillo volador César, María, Nacho Vergara y Pepe.
Y una última vez desde lo alto de la colina te veo Tom saltar a los hombros de Juanjo, y a tu amigo Jim saludar desde el centro del ruedo, suspiro al fin rompiéndose la sonrisa que en mi interior resucita.
Continuará (…)
Por Albert