Una temporada en fuera de juego (II)

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Después de varias semanas entrenando duramente, lidiando con el caprichoso rebote del balón ovalado, con la tiranía de los abusones, con el reparto generoso de mojicones y con las incomprensibles órdenes de los entrenadores, Tom y Jim se encontraban de nuevo esa mañana de sábado camino de los campos de rugby. La competición de verdad, que dicen los niños, empezaba este sábado de estival otoño (como siempre en Valencia). Juanjo con Patri, Sabina y el escudero Marc se afanaban en organizar los dos equipos, uno se enfrentaba a los irreductibles moncánicos de l’Horta Nort y el otro a los infalibles del CACAO, ¿o es el CAU?

-¿Jim estás en mi equipo?

-Creo que no Tom, ¿tú que vas con Corsarios o con Octopus?

-¿Y eso qué es lo qué= es?

-No te has enterado, los equipos tienen nombres, la temporada pasada los del CAU eran lobos y corderos, o algo así.

-Ah, pues mola, yo me pido corsario, suena como a pirata barato.

-Tú no puedes elegir, es lo que manden los entrenadores.

-Bueno si no nos toca juntos, que tengas suerte.

-Vale lo mismo te digo tío.

Definitivamente a Tom le ha tocado ser corsario y a Jim octopus. Los corsarios se enfrentan al CAU, un rival siempre muy competitivo. Tom tiene esta mañana una extraña sensación, ve el campo de juego como en permanente punto de fuga, y el equipo entero se le viene encima; en la primera jugada se siente desbordado, las piernas de los rivales han crecido en demasía y el terreno de juego ha virado como un barco ebrio. Para rematar ha intentado parar a un contrario y se ha llevado un topetazo de los buenos. Aturdido se levanta y persigue con la vista el balón, recuerda que es lo más importante, se lo dijo Albert.

Y de repente surge Javi de la maraña de jugadores y emprende la fuga, parece que lo va a lograr, pero es atajado en plena carrera, llegan prestos Roberto y Héctor a recuperar el balón en peligro; Tom se ve arrollado por la inercia de sus compañeros y sin pretenderlo limpia estupendamente en la boca del ruck. Desde la banda oye voces de aprobación: -Bien Tom, así se hace. Muy a su pesar Tom se convierte en prota del partido, grogui desde el principio se deja llevar por la marea del juego, y participa sin pensar en cualquier punto caliente como si en ello le fuera la vida. Pero esto no es rugby, piensa, ¿o sí?

Su amigo Jim al otro lado del campo intenta buscarse hueco en un partido, no olvidemos que es el primero, donde todos quieren tocar bola, tomar el balón, avanzar y no soltarlo ni a la de tres. Enfrente el Moncada, fiel a su tradición, practica el montonet y la espenta de colores con sus jugadores de recia envergadura, desde la touche los entrenadores solicitan orden en el campo: -¡Escampeuse! Pero el Moncada sigue jugando al xoc  fora, pilota encala.

Jim en esa estrategia ha visto una oportunidad y espera paciente a que el balón prisionero sea liberado de los agrupamientos en manga por hombro. Pero de momento siempre está el que posee pegamento en las manos y no suelta prenda. Ricardo busca el hueco para escapar, Jim le apoya con criterio y le pide el balón, al final muere bajo un tropel de cuerpos extraviados. De nuevo Isma parte en revolución, pero no necesita apoyo, pues sin oposición logra el ensayo. Ahora es Raúl  el que lleva el balón, se enfrasca en una huida que parece no tener fin, y aunque Jim está en inmejorable disposición, no le asisten. Por fin parece que tendrá suerte, Rubén se ha hecho con la pelota a la salida de una melé muy desordenada; Jim se pone a su alcance, pero cuando piensa que va a tocar bola, se le adelanta Álvar que aparece como un fantasma desde atrás, alcanza el pase y luego escapa hacia la línea de marca.

Está claro que tendrá Jim que esperar otra ocasión mejor, a ninguno de nuestros amigos le ha ido demasiado bien esta jornada. Sin embargo Tom desde la nube de los noqueados y Jim en el frágil reducto de los insatisfechos, son felices con su grupo de amigos del RCV, en el tercer tiempo todo se arregla a su manera.

Mientras los equipos de 4C hacen el pasillo, los del LF RCV calientan a las órdenes de Miguel y Dany, a la espera de que las turbulentas huestes de jugadorcillos de míster Greg y Monty despejen el terreno de juego. Allá arriba han acudido los compinches del Tatami, en número de dos equipos.

Primero les toca a los más jóvenes e intrépidos, Sergio Juan hace las veces de capitán y elige sacar de centro. En cuanto el balón es puesto en juego se suceden, en ida y vuelta, las buenas carreras, los pases voladores y algún que otro excelente placaje. Fran mira el campo de juego desde la zona de marca ondularse suavemente, hay como trincheras por las que asoman cabecitas angelicales, alambre de espino hecho de pan y resplandor de artillería en el cielo. Dos valientes han abandonado la trinchera y asaltan el campo del honor sin echar la vista atrás. Jorge Costa y pablo Sánchez quieren ganarse los galones de cabo, ponen en franco riesgo sus vidas, pero hacen que el equipo avance sin freno por el terreno herido de la batalla.

Con el sol en su cenit y sin sombras engañosas donde jugar al escondite, a Giorgio Napolitano y Marquitos les ha crecido pelo de rata. Y lejos de amagarse en el barullo del juego, a cualquier intervalo del bosque lo convierten en agujero por donde escapar con astucia y desenfado.

Si los más chicutos han resuelto el encuentro con chispa y gallardía, ahora les toca el turno a los jugadores de mayor envergadura pero igual entusiasmo. En este partido las vallas del campo se tornan cuerdas de cuadrilátero y el enfrentamiento se resuelve en duelos singulares, así es el desafío que presenta el Tatami.

La carga del contrario tañe con sonido ronco, a algunos jugadores les suena a estampida y solo aperciben pies, rodillas y brazos que se balancean al borde del precipicio. Pero ¿dónde está el balón? Alexis lo ha substraído en la puerta del ruck y ataca sin medias tintas, y si al relevo llega Ibu, siempre se dibuja en la estrategia alguna carrera imposible.

Esperando su ocasión para probar la rudeza del combate, salen detrás del matorral erizado Carlitos, Nacho Martí y David Prior, y aunque reciben algún revolcón de regalo, quieren probar de nuevo el sabor agridulce de la lucha. Óscar, arropado por sus amigos, lo ha intentado tímidamente en el mediodía de todas las jugadas; y si el campo magnético para todos posee dimensiones cambiantes, Swan con tres zancadas y dos zapatazos ya le ha tomado la medida a este juego de encantadores príncipes.

Al acabar el partido se oye cerca del río cantarín un alegre rumor a picnic.

Continuará (…)

Por Albert