Pulgarcito y el malvado ogro XIX – Crónica de los S10

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Sábado 13 de abril.

Cuando llegas al polideportivo de Paterna lo primero que ves son los cipreses, tras la tapia del cementerio, velando el sueño de los que habitan en el olvido. La mañana del pueblo y el monte se rebulle muy mansa entre el abrigo del sol, y apenas esconde un poco de la desnudez del último frío.

Y allí sobre los campos de juego apeldañados, los muchachos se han levantado de improviso, como una bandada de pájaros que huye esparciéndose porque venía gente. Una suave brisa estremece el cabello de los chicos, y van pasando unas nubes muy raudas y altas, de blancura de harina y espumas, frescas y pomposas; y los campos de juego se apagan, se enfrían a trozos, y enseguida vuelven a la claridad caliente y cincelada. En el aire se percibe un regalado olor de primavera, bajo las tibias sabinas, pero también polvo y estiércol de equipos, que parecen ganado. Pasa un bullicio de rapaces con ímpetu infantil, sus botas desatadas chafan los lirios más azules, las rosas más encendidas  que renacen en la miga del monte.

Y empieza el juego de pillar, los chicos pasan corriendo y desprenden una emoción infantil y frágil, y de cuando en cuando, se atropellan, se equivocan, se atropellan de nuevo, se rasgan, se llaman, sus voces como ladridos de perros que están en lo hondo de muchas leguas. La partida es oleaje y hoguera de otros corazones prendidos, es un sentirse niño, acariciado como niño siendo poderoso. Pero en la prometida felicidad siempre pasa un presentimiento de pena. Detrás de la trampa de un placaje se esfuman las piernas de Carlos, y ha de aceptar su victoria, pero también la herida presente. Envuelto en un  ruido fresco de ramas cortadas, entra Ambrosio por caminos de zarzas y flacas garras, y todo su cuerpo cruje entre los pliegues ásperos del maul. Con un aturdimiento infantil y amargo, aborda sin ruido Luna, la escoriación de una melé revuelta, tan pálida que su carne parece de corazón de palmera; ella pasó por el partido como un temblor de estrella al amanecer.

Y sentimos en nuestro corazón y en nuestra frente la sequedad del golpe que le negó el balón a Juanito en esta jugada endiablada; mientras Chino y los muchachos se aperciben muy contentos para el estrépito de las tinieblas. La cabeza llena de cantos de papafigo busoó la sonrisa franca de Ángel, pero encuentro la lánguida mirada de Cuca, y todos nos hundimos en la claridad de la mañana azul.

 

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