Pulgarcito y el malvado ogro IX – Crónica de los S10

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                                                                                                                Sábado 12 de enero.

Y ese mismo viento que nos llevó a algún lugar, trajo esa soleada mañana de invierno, las voces rodadas como cantos de río, las voces de los chicos ya presos, y de rebote en la zona caliente de 22.

Como un barco vagabundo me acerqué al borde azul del campo, al precipicio desmayado que a suaves trompicones se iba llenando de botitas de colores. Antes de que el fuego enardecido brotara de esas carnes tiernas, Juanjo, con su sombrero oscuro que vocea, ordenó dos equipos de fantasía que minuciosamente Nico, prócer habilitado sobre la yerba, empujaba con mano de hierro en guante de seda al combate loco, loco de amor.

Y tú Juanito sabías el peligro que corrían los del equipo blanco, al lanzarse en esas aguas gélidas para alcanzar en cuatro brazadas el casco oxidado del submarino, como hacen los jugadores de equipos mayores. Entonces a Marc Trullenque, en la segunda embestida, en los límites rotos de un maul, le engulló un monstruo marino, y pensó que a lo mejor ya no volvería a ver a los entrenadores, a lo peor tampoco a sus padres. En las entrañas sonrosadas de la bestia se encontró a Pau Fernández, famoso en estos lares, no era la primera vez que pasaba por ahí. A través del carrillo de Leviatán, tan frágil como el ala de una mariposa y traslúcido como el cristal esmerilado, vieron a David Pedrós corriendo por la cresta de una ola primavera.

– Me voy lejos, por eso vengo a darte el aviso – me dijo Juanito.

– ¿Y para dónde te vas, si se puede saber?

– Me voy hacia arriba, lo más lejos y deprisa que pueda, siempre pegado a la banda.

– Y ¿qué diablos vas a hacer allá arriba?

– Pues ganar dinero y jugar todo lo que pueda.

– ¿Y cuándo volverás?

– Pronto, en cuanto me pasen el balón.

– Ve con Dios Juanito, ¿y esos van contigo?

– ¿Por qué vamos tan despacio? –  le preguntó Teo a Juanito.

– En los sueños se camina así, no hay voluntad propia.

– Pero así acabaremos por dormirnos.

– Llegaremos mañana – les contestó Bruno.

A los pies mojados de una melé derrumbada recogieron a Marc, Pau y David. Oyeron pues el sonido naranja de un silbato perdido desde el verano, y tras la niebla que veloz se disipó, acudieron  prestos al pasillo que rubrica los partidos, lo único más o menos ordenado que se da en el juego. Pau Conde descubrió sin sorpresa que tenía piernas de madera, y a pesar de todo había corrido sin miedo.

– Esto pasó en enero. No en enero de este año sino en el del año pasado. ¿O fue el antepasado, Juanito?

– No, fue el pasado.

Pero a lo lejos ocurría otra vez la tragedia de feria.

– ¡Diles que no me maten, Juanito! Anda vete a decirles eso.

– No puedo Guillermo. Habla con Rodrigo y Pepe, son los jefes uno delante y otro detrás, como Dios manda.

Yo estaba sentado junto a la alcantarilla de todas las jugadas inconfesables, esperando a que saliera la pelota de alguna melé que dio al traste, cuando Guillermo se armó de valor y atacó temerario la primera línea del CAU rojo, y sonaban trompetas de carga y ruido de cascos de caballos desbocados.

Cuca se metió entre los brazos de Carmen y rió largamente allí con una risa de almíbar. Eran risas aguantadas por muchos días, desde antes de Navidad. Vinieron luego a reír hasta aquí, para que supiéramos que estaban felices, recorriendo al sol la banda.

Buscando el calor de la gente Rodrigo luchó hasta el amanecer; mientras Pepe, alerta en su país, encontró la escapada con las últimas luces del día.

Después de tantas horas de correr sin encontrar una pelota decente, un pase redondo, una patada libre, se oyeron las voces de mando de Mathis y Miguel Ángel. Unos decían: es el viento el que lo acerca. Pero el equipo azul empezó a brillar, y ya nada pudo parar el empuje que cercenó el horizonte a sus negros contrincantes.

Cuando Juanjo y Nico me recogieron exhausto a los pies del acantilado, lloraba por el último balón perdido. A lo lejos la gente acudía a los tres terceros tiempos del demonio.