Pulgarcito y el malvado ogro III – Crónica de los S10

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Martes 30 de octubre.

El otoño, ya vencido por las horas y un cielo preñado de nubes, hizo que entrenásemos con los focos de luz. Cuando Juanito llegó al campo reluciente por la lluvia, se encontró con Manu Ortiz, Víctor Escalle y Bruno Martínez, y pensó que serían buena compañía. Él admira a esos canallas, la verdad no sé lo que había visto en ellos, si resultaban de la peor calaña. Pienso que un doble provecho vio en arrimárseles, primero que le aceptasen en el grupo de los malotes, que siempre tiene gran atractivo para los recién ascendidos, y segundo aprender alguna treta de bellaco para poder chulearse después en su colegio.
Juanito, aunque de primer año, era tan alto como Bruno, no tan fuerte como Víctor, ni tan valiente como Manu, pero era mucho más rápido, si bien todavía no lo había demostrado, quizá atenazado por algún sentido del miedo a errar en medio del partido. Cuando se acercó a ellos evidentemente no le hicieron caso, a pesar de que intentó pescarles el balón y que no tuvieran más remedio que dejarle unirse al grupo, pero empezó el calentamiento americano a las órdenes de Iñigo, nuestro monitor preferido de los S-12.
Luego ya el trabajo de carreras orientadas y velocidad reacción propicio otros emparejamientos: Sergio Puerta con Pepe, astucia y caminos de vértigo; Jorge Herrero y Noah, impulsos llenos de aliento; o Miguel y Mateu, intentando descubrir la salida mientras arrastran áncoras de sirenas.
Llovía y el aire estaba fiambre, pero nada impidió que se organizara un partido de truco y trato, pues al portador de la capa encantada nadie podía trabar su camino hacia el ensayo, aunque no le estaba permitido, lograrlo por su propia mano. Si bien Mario gozó del capotillo que otorga la inmunidad, en más de una ocasión diablos como Javi Castelló y Liam le emboscaron en el atajo a su temprano éxito, descubriendo una vez más con amargura que duro resulta llegar al final. Eso a Luna no le afecta, porque ella, siempre en silencio, se acopla a lo que sea.
Nico se despide sonriente y alegre, y nosotros acabamos bajo la lluvia el juego hechizado que produce de cualquier manera el bote inesperado del balón. Húmedo y satisfecho me fui, junto a Juanjo y Ángel, con la magia a otra parte.