Pulgarcito y el malvado ogro II – Crónica de los S10

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Sábado 27 de octubre.

Este sábado Juanito no acudiste a los partidos, con tus amigos esperándote al amor de la lumbre, y fuiste uno entre otros que hizo tambalear las alineaciones, sobre todo del equipo naranja que se enfrentaba al CAU negro en segunda convocatoria. Pero aún con el tiempo incierto, como un verano indio, la mañana fue deliciosa. Tenías que haber visto a Sergio Moreno, que el día anterior respiraba a trompicones, jugar como si no hubiera un mañana para él y ese partido fuera el último en jugarse antes de las vacaciones de verano; o a Alejandro Aragón, que aunque cuando encuadra para placar aparece en su rostro la mueca de aquel que perdió la alegría, cada vez que emprende una incursión al frente se me prende el corazón con un fuego azul de ramitas que crepitan; y a Luna que cuando toma el balón todos le siguen, ¿será por la fiebre que produce el oro de su cabellera, o que todos quieren ir en marcha tras la Doncella?

Una hora antes, antes de que la lluvia diera al encuentro su pátina de cardenillo, en la zanja del combate Pablo Masmano y Marc Trullenque del equipo blanco se conchabaron para compartir el balón con propios y extraños; y siguiendo la estela casi perenne de Luis, Manu Badenes no se escañó en el juego, arriesgando la cara en la boca del horna e intentando escapar por un agujero de rata.

Las manos en los bolsillos y el cuerpo inclinado hacia delante como si fuera a despegar en vuelo rasante, Ángel perseguía por la banda todas las jugadas. Sufriendo cuando corbateaban a Liam, y sonriendo cómplice al zambullirse Mauro en la zona de marca, se le nota que él también sabe lo que es ser feliz corriendo con la pelota. Marc García avanzaba como aquellos que sobrevivieron a la tormenta y no temen el fulgor de los relámpagos; a su lado Manu Ortiz, que ya en otra vida había sufrido la sacudida del rayo, asaltaba el campo contrario jugando al azar de una ruleta de acuosos metales.

Juanjo, diligente y previsor, había dispuesto el terreno de juego junto a la grada, para que los padres no se perdieran las evoluciones alocadas de las pequeñas fieras, al abrigo de la lluvia. Aunque a él le toco, como a Miguel Ángel, vérselas con les Abelles en el campo a espaldas de las gradas. El equipo azul de los mini jugadores Marquitos y Sergio Juan, duendes que poseen más juego bajo tierra que en la copa de los árboles, peleaban a brazo partido guiados por la naturaleza turbulenta de Jorge Beta y Pablo Sánchez. Y a continuación el equipo verde jugó en el rosal en el que tú te pinchaste Juanito con una espina de amoríos corteses. Luego Jorge Herrero en larga cambiada de capitán de arrebol pensaba que todo el campo de juego era cancha franca de pesares y tristezas; cuando Álvar, viendo a Rodrigo bailar como un mozo a la orilla del río, determinó que había que dejarse de cambalaches de pelotas, y trazar firme y sin alharacas la carrera final que lleva sin dilación a esa zona, pegadita a la muerte, donde el buey suelto bien se lame.

Y ya chicos y grandes se acomodaron para disfrutar del tercer tiempo a buen recaudo, y una mañana más de sábado regresamos calentitos a casa, pues todos saben que no hay nada más reconfortante que una buena pelea a ras de hierba.

Al salir a la calle me crucé con Sergio Puerta que marchaba con su mamá y con Juanjo, y sus ojos brillaban como aquel que desea conquistar la tierra entera.