Crónica M-8.2-03-013.

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En un valle de lágrimas.

Buenos días desde la máquina de pergeñar crónicas. Todavía resuenan los estremecedores ecos de la emocionante crónica de Perpignan. La florida pluma del Padre Anónimo (que no es otro que el Papá de Luis y Teresa) hizo revivir en nuestros corazones las hazañas de unos pocos valientes entre miles.
Y se acercan los postreros días del invierno, hoy el frío ha dado paso a un sol que luce y hace brillar la nieve inmaculada en los montes majestuosos. Los intrépidos M-8 se han recluido en sus cuarteles de invierno de la LLoma LLarga, a la espera de sus adversarios: el CAU huido al norte; les Abelles agazapado en su fortín de 4 Carreres.
Una alegre sesión de calentamiento, precedida de penaltis y chuts a discreción, anima a los confiados moscardones, pero una sombra de pesadumbre amenaza como una negra nube de tormenta. Satisfechos de su impresionante victoria sobre el rey de las bestias salvajes: su majestad el León, vuelan sin temor, y vienen a caer en la trampa de las arañas que con sus largas patas les placan y arrastran sin piedad.
Y entonces empiezan los sollozos, los llantos, los cuerpos inertes en tierra, las manos al rostro compungido. Es hoy nuestro cubil del Liceo un auténtico valle de lágrimas.
Solo los supervivientes del viaje a Perpignan parecen indemnes a la tristeza y los lloros. Y así reciban golpes, vituperios, reprimendas, o agravios arbitrales muestran un carácter orgulloso, aunque a veces también caigan en la ira y la rebeldía.
Los entrenadores, con sus hábitos de monje, socorren a los pobres jugadores, y de rodillas les confiesan de sus pecadillos, e intentan reconfortar sus corazones atribulados por tantas cuitas injustas (y de paso les atan los cordones).
Pero en un día soleado como este no podía faltar el remedio a tanta desgracia: el balón ovalado. Tiene poderes mágicos, y cuando uno de nuestros apenados jugadores lo toma entre sus manos, y corre libre por la pradera, el rostro se le ilumina, desaparece el ceño fruncido, las lágrimas se secan en las mejillas, la sonrisa florece en los labios púberes, y todo es alegría y felicidad. ¡Pero cuidado! Que de nuevo puede atacar el verdugo con la «corbata», y vuelta al llanto, los mocos y el discurso victimista.
Entre tantos apenados y desdichados son admirables Germán y Alejandro, que aunque todavía no han conseguido domesticar el balón, se lo pasan cada vez mejor con sus amigos, ajenos a las nubes portadoras de congoja. Los equipos se alían para jugar, y entre iguales se conjuran los jugadores en corrillos. Ahí llega Manu: ¡Yo recibo!, es su lema preferido (y también el de Germán). Ya empiezan las primeras carreras desconcertantes, las buenas jugadas, aunque pervivan entre el juego animoso las quejas y tribulaciones: ¡Pepito no me la pasa!, ¡Juanito me ha pisado!, ¡Felipe me ha llamado tonto! Los entrenadores lo arreglan todo: ¡Ven aquí majadero, mentecato, como te pille! ¡Botarate, canalla, colócate ahí, y a jugar!
Los primeros partidillos en grupos y campo reducido: enseguida el indomable Alex lidera su equipo, pero no ve nunca saciada su sed de balón, enfrente otra máquina de jugar al rugby es Arnau, atraviesa las defensas como cuchillo en mantequilla. Siempre solícito y cada vez más atento, un jugador de carácter: Asier. Didac y Bruno están por afirmar las buenas cualidades que se les adivina. Hay que poner freno a las acciones individuales, a estos tunantes no les gusta desprenderse del balón. David en ataque resulta un arma muy eficaz; y Oscar que es un valiente defensor, cuando domine la pelota será un jugador completo.
Se reagrupan todos los jugadores, y se juega a campo completo, una vez cazadas las bestiezuelas de los M-6 de su pequeño reducto. Los primeros movimientos son como siempre en atropellados grupos apiñados. Pero pronto se va ocupando mucho mejor el terreno de juego: campo de maniobras ideal para el habilidoso Mario, para Gonzalo el estratega, o el rapidísimo Vicente. Nacho, al que le acompaña su mini réplica Pablito, no ve nunca el momento de soltar el balón, le gusta tanto.
Se consigue a duras penas que la pelota circule de mano en mano, y de lado a lado; pero van cogiendo el gusto a pasar el balón al compañero en ventaja, lo que da lugar a buenas y conseguidas jugadas. Luis reafirma su condición de excepcional jugador en punta defensiva; mientras Héctor Ballester todavía duda si acata las normas del juego, o va por libre. La díscola pareja Pau-Héctor ve amenazada su participación en el juego, si no atienden a razones. Y por fin Ximo y Juancho representan esa bonita imagen contradictoria y complementaria del rugby: la fuerza y la astucia en movimiento.
La jornada llega a su fin, algunos se resisten en abandonar el campo de juego, pero el aroma de las viandas suculentas y el frescor burbujeante de las bebidas son demasiados atractivos para resistirse. ¡Todos al tercer tiempo!
¡Hasta pronto chicos, y a entrenar duro bellacos!