Panem et circenses.
Buenos días desde la máquina de pergeñar crónicas. Glosaba Marcial, en sus epigramas, que en Valentia, cuando la primavera se resistía a dar paso al lujurioso estío, se celebró en el anfiteatro de las «Cuatro Calzadas» un espectáculo digno del mismísimo Nerón.
Cuatro poderosas escuelas de gladiadores se enfrentan en un impresionante torneo de harpastum-rugby: la escuela de les Abelles de Portus Grao, los edetanos del CAU del Camp de Turia, los guerreros íberos de Alonis- la Vila, y la escuela del Tecnidum Valentia.
Bajan los gladiadores a la arena verde del anfiteatro, tras las carreras de cuadrigas, es la hora del torneo a vida o muerte. Todos contra todos, el más fuerte alcanzará la victoria.
-Salve, César, los que van a morir te saludan. Y comienza el juego. Los graderíos están repletos de un público entusiasta. Desde el primer momento los gladiadores saltan a la arena, y le dan con alegría a la pelota. Los enfrentamientos son duros y viriles, pero siempre dentro de las estrictas reglas que imparte el árbitro.
Los gladiadores de la Vila, con Manel y Jaume el Malenet al frente, luchan sin descanso, al límite mismo de sus fuerzas y su astucia. Diego y Kiko les apoyan, y dan brío a su juego valeroso.
El público grita y anima sin cesar. Los partidos se suceden, y la tensión va en aumento.
Se celebran los últimos encuentros. En la escuela del Tecnidum Valentia destacan Mario Vero y Vicente Prisco, y un misterioso gladiador especialmente combativo, que tras la celada oculta su rostro. La lucha final es cruel y sin cuartel. Mario y Vicente, con sus rápidas carreras, llevan a su equipo siempre hacia delante. Héctor el Macedonio y Héctor Taja el Celta dan la cara y no retroceden así los arrastren por la arena.
Entre los luchadores incansables que corren y luchan sin tregua, sobresalen Asier Espartaco y Nacho Escipión, que escapan con el último aliento. Si hay que pasar por la fuerza, Ximo el Africano derriba a los contrarios como toro enloquecido. Y Botitas Calígula cae víctima de la furia del combate.
La lucha crece en intensidad, y parece que en cualquier momento la sangre roja teñirá la arena verde. El misterioso gladiador pelea como un león de furia desatada, con su garra y su fuerza derriba a cualquiera que se atreve a pisar su territorio. Pau Valerio y David Cornelio se unen al febril combate luchando cada balón en cada jugada, y si ellos no lo consiguen allí están Axel el Hispano y Oscar Publio siempre dispuestos a lo más arriesgado. Emi Marco demuestra su fortaleza en lo más ardiente del juego; y Carlitos Diocles se erige en uno de los más valientes en la arena.
Finalizan los partidos entre vítores del público. El Emperador levanta el dedo pulgar, y libera a estos grandes guerreros. Pero se interesa por el misterioso gladiador, que contagiaba a su equipo con su coraje y denuedo.
-¿Cómo te llamas, mirmillón?
-Mi nombre es Máximo Décimo Juancho, comandante de los ejércitos del Norte, general de las legiones medias, fiel servidor del emperador, y alcanzaré mi venganza, en esta vida o en la próxima.
El anfiteatro enmudece. Pero los gladiadores se van todos juntos a un banquete digno de Trimalción, para celebrar los fastos de este día memorable.
Agotados y satisfechos los gladiadores regresan a sus escuelas, donde seguirán entrenando más duro todavía.