Moros y cristianos.
Buenos días desde la máquina de pergeñar crónicas. Ocho de octubre, sábado, amanece en el campamento cristiano a las puertas de Valencia. Los primeros rayos de sol dan caza a las nubes perezosas, la vega huele a moreras y frutales, acre perfume de los humedales y caca de la vaca. El gorjeo de los pajaritos anuncia el nuevo día. Y ya en el pabellón de los caballeros se oyen voces de conchabamiento en la lengua d’Occitania, al poco sale el capitán cristiano acompañado de un emisario sarraceno, se saludan y se adivina en ese saludo gran complicidad. Efectivamente a la espera del gran día de mañana, los contendientes están hartos de batallar, y mientras Don Jaume se ha ido a descubrir ocultas vírgenes bajo campana por tierras de Alfafar, los nobles caballeros del Rosellón que acompañan al Rey, han propuesto al moro enemigo una tregua para jugar a la soule, predecesor medieval de nuestro rugby.
En el cruce de los cuatro caminos se pertrecha un campo de juego, dos palos verticales con una cuerda que los une sirven de portería. Los caballeros ya se despojan de la sobrevesta, dejan de lado la espada y la lanza, se llevan el yelmo y apoyan en tierra su escudo. Solo visten su camisa gruesa naranja y el calzón verde; los moros lucen camisa con los bonitos colores de las abejas. Y por su parte la tropa de infantería tampoco se quiere perder la fiesta, y amañan un partido con la tropa mora.
Aunque el reglamento es muy básico, hay un juez que imparte la ley del juego, tiene una bonita colección de medallas para los buenos corredores y placadores, pero también un puñal para marcar de por vida a los gaznápiros que infrinjan las normas. Por otra parte si aprovechando el follón de la contienda algún jugador quisiera desquitarse por alguna cuenta pendiente anterior, sin duda al caer al suelo en un ruck, y ser pisoteado sin contemplaciones, el juez y un comité de ancianos caballeros decretaría “homicidio excusable”.
Bueno suena el olifante, que anuncia el comienzo de los partidos. Y ya se lanza al ataque nuestro equipo de caballeros, a las órdenes de la dama Patri y el conde Alberto. Agus se adelanta con el balón – al uso vejiga de puerco rellena de serrín y paja de arroz- choca y libera la pelota después de que Iván, Isma y Jorge limpien con celeridad el terreno de enemigos, que al grito de ¡Alá es grande y Mahoma su profeta! Querían ampararse del balón. Abre Nacho la pelota para Carlos Borso di Carminati que avanza sin demora y ofrece el balón a Franky, que aún presionado, con un buen pase lanza a Carlos Montañana al ensayo.
Mientras tanto los infantes, bajo la dirección del gran capitán Marcos y Dom Albert hacen de las suyas, y aunque su equipo es más mollar que el de los caballeros, su juego no es para nada invertebrado, sino más bien turbulento y a veces perturbador. Gael abre del centro del campo, y Raúl se va ya de dos contrarios, es atajado pero continúan sin tardanza al relevo meritorio Sergio y Fernando, les intentan cazar mas el balón sigue vivo, porque Víctor lo pesca y escapa; le apoya Vicent y Diego y Manu, da gusto ver cuando el balón pasa de mano en mano, al final lo atrapa Luis y cabalga sin oposición ya a la zona de ensayo.
En el descanso aparece el caudillo Fran, cuñado de Don Jaume, animando a las huestes guerreras. Todos se refrescan en las aguas de la acequia de Rovella, y algunos moros bizantinos incluso le pegan un tiento al odre de los cristianos.
De nuevo se reanudan las hostilidades. Sacan de centro los moros, siempre belicosos, pero pronto la presión de Pau y Alex les hace caer en el error, recupera la pelota Curro que se apoya en Marco, este cede a David que penetra bien profundo en el campo antes de ir al suelo, desde donde rápidamente Nacho abre para el caballero mozárabe Álvaro que arranca presto al ensayo.
Si los caballeros cristianos demuestran un juego excelente, no lo es menos el de los infantes, a pesar de que algunos jugadores todavía consideran que el pase no es un movimiento táctico imprescindible, sino un medio algo cobarde de deshacerse del balón para evitar el enfrentamiento directo con el rival. Marc juega en inicio para Jaime, que sin tardanza se alía con Rubén y Ricardo de tal manera que el balón respira aliviado; Leo y Lluc tampoco se quieren perder la fiesta y arriman el hombro. Sigue el juego, Eric ataja el ataque moruno, y aparecen en tromba Héctor, Pablo e Ibu corriendo saltando, casi volando, y lanzando a Alexis qui arrive en déboulé ¡Ensayo!
Llaman desde el alminar, se acaban los partidos, saludo respetuoso haciendo pasillo, y todos juntos acuden al banquete del tercer tiempo: bocata de pernil para los cristianos y sis kebab para los moros. En eso aparece el glotón de Don Jaume con su yelmo del dragón y todos le rinden debida pleitesía.
¡Entrena con ganas, y sé fiel a tus amigos! Muchas gracias.
Entrenadores S-10.