Crónica 23-01-016.

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Rugby Chicle.

¿Pero por qué lleváis pantalones blancos en noviembre?-dijo Tomás, a quien habíale extrañado esta singularidad del indumento de casi todos los chicos de la Central.
¡Cómo! ¿Pero no lo sabes?… ¡Ah!, se me había olvidado. Es que hoy es el partido de la Central. Nuestra casa juega hoy al foot-ball contra toda la Escuela, y todos nosotros llevamos pantalones blancos para demostrarles que nos tienen sin cuidado los golpes. Has sido oportuno llegando hoy. Vas a ver un partido. Y Brooke me va a dejar jugar en el frente. Eso no lo hace por ninguno de los pequeños, como no sea por Jaime, y ése tiene catorce.
-¿Quién es Brooke?
-Hombre, ese grandón que pasó lista en la comida. Es un gallo de la escuela y jefe de la Central, y el que mejor carga en Rugby.

…Saca Brooke el mayor, mandando el balón derecho y con fuerza, que viene a caer frente a su hermano. ¡Hurra! Esta acometida le ha hecho entrar en la masa de la Escuela y pasando por los tres árboles llega a los delanteros, seguido muy de cerca por el pequeño Brooke y los sabuesos. Retroceden los caudillos de la Escuela gritando:” ¡La puerta!”, y ponen en juego todos sus nervios para alcanzarle; pero tienen que habérselas con los pies más ligeros de Rugby.
(Thomas Hughes, “Tomás Brown en la escuela”.)

Buenos días desde la máquina de pergeñar crónicas. Hoy sábado día sin competición, en su cuarto de campo los granujas S-10 han entrenado como si tuvieran los demonios en el cuerpo, y han jugado como los indios cabreados.
En el calentamiento les asistió el joven Guillermo, aprendiz instructor componente del equipo S-18, y como no, intentaron subírsele a la chepa y derribarlo asiéndolo fuertemente de las piernas, aunque él se resistía como podía a las pueriles torturas.
Luego una sesión de ejercicios técnicos a cargo de Bruno, Albert y el asistente Guillermo, mientras Fran se las tenía con la canalla S-8 tras los palos.
Aquí se ejercitaron con brío, y desgana otros, en mejorar la carrera con el balón, el pase caca de la vaca y también la recuperación y liberación presta del balón; la ejecución de los mismos resultó a veces desgraciada, y los pobres entrenadores asombrados ante tantos desmanes se desgañitaban como plañideras.
Luego se conforman dos equipos, blancos y verdes, y empieza el juego, o algo parecido. Pronto al rico olor del balón se arrima Fran.
-¡Pero esto que es! A que juegan estos pillastres.
-¡Como Fran! ¿No lo sabes? Esto es rugby chicle, responde Albert.
-Sí, el balón vuela como pastilla de goma blanda, se les pega a las manos y no lo sueltan ni a la de tres, explica Bruno.
Así es el rugby chicle, que practican estos rufianes del oval. El juego se estira por un lado, hasta que la pelota cae en manos de otro jugador y como la goma de mascar se encoge de nuevo hacia el mismo lado de donde viene la pelota, así una y otra vez, sin que esto responda a una táctica premeditada, y mucho menos sea obra de una profunda reflexión sobre el juego.
Bien es cierto que el juego es más dulce, desprende aroma a golosina, y chiclear les encanta a estos botarates. Siempre es mejor que el rugby canalla de los S-8, que huele a pis y sabe a mocos.
En el superior rugby chicle el balón se adhiere a las manos del jugador como emplasto adhesivo resistente al agua. Estirones, agarrones y trompazos resultan ineficaces ante la sustancia pegajosa que impide que los jugadores se desprendan por voluntad propia del balón. A veces el chicle duele, porque hay pelea por hacerse con el caramelo del balón, y alguna que otra lágrima se vierte a buen precio. Pero entre tunantes y rapaces, la ley del más fuerte suele superar las tretas del pícaro y las argucias del mataperros.

Cuando la chusma juega al rugby chicle se encuentra como Charlie en la fábrica de chocolate. A quién no le inspira ternura ver a estos chicos tan guapos y valientes, jugar al rugby como matachines.
En el rugby chicle las jugadas como esta se estiran a porrillo. Oscar, en su puesto preferido de ala, enfila la línea de touche, y aunque tiene apoyo por supuesto le cuesta soltar el dulce que ha cazado. Lo derriban, al rescate llega Emi, que sabe muy bien su oficio, y limpia de moscas y moscones, que acudieron al olor de la rica miel, el escenario del crimen. Marco al fin se hace con la pelota y estira el campo corriendo de lado, en la otra banda es frenada su galopada; Franky no desprecia ese confite y se lleva el balón, lo comparte con Álvaro, buen jugador, que vuelve sobre sus pasos zafándose con destreza de un bosque de defensores, y otra vez al lío. En esto recalan Fran, asiduo de las fiestas de cumpleaños donde abunda la gollería, e Iván Juan al que le suele estallar la pelota en las manos como pompa de chicle.
A David si le ponen una chuchería tipo melón al alcance, en un santiamén la pesca y a correr; puede jugar con Asier que pone cara de enfado, aunque yo sé que disfruta con alegría tomando golosinas ajenas. Por la banda como bailando aparece Germán, más atento al salchichón, no parece hacer ascos al chocolate tampoco. Si las cosas se ponen calientes Rodrigo va directo al pastel, pero también su buen trozo se lleva Nacho; y más de una vez han sorprendido a Mael con las manos en la caja de las galletas, antes de lanzarse a los pies de un despistado corredor.
Tanto atractivo tiene el almíbar y el mazapán, que Fran y Bruno no se han podido resistir, y han acabado peleándose por las migajas del juego que estos glotones han dejado.
Los fulleros del rugby chicle parece que no tienen fondo, tras el atracón de dulces, se apuntan al tercer tiempo de los S-8, y yo también.
¡Entrena con ganas, y sé fiel a tus amigos!