Pulgarcito y el malvado ogro XVII – Crónica de los S10

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Sábado 30 de marzo.

 

A la diez y media de la mañana, uno de los nuestros atropelló a uno del CAU. No sé muy bien qué decir al respecto, a fin de cuentas, el chico solo tenía diez años y sin embargo los de su equipo no lo olvidarán…

Al salir del túnel, la luz caía como copos de nieve. El taconeo de tus propias botas, antes de alcanzar lo verde, recordaba el tintineo del hielo en un vaso de trago largo. Viste al Chino que perseguía a Mario Boronat, con ademanes de querer darle la vuelta como a un pijama sin botones. Y le llamaste a voz en grito, pero el campo silencioso absorbió tu voz. Cuando te apercibió entrando por la zona de marca, desistió en su persecución, y su presa respiró aliviada, la cara roja y los ojos saltones. En tu ánimo, Juanito, bullía la esperanza de que hoy fuera un buen día de caza, un partido para recordar, aunque solo fuera una brillante jugada.

– Claro que quiero que me pasen el balón, ¿y quién no lo desea? Pero incluso si estuviera a punto de lograrlo, ¿dónde está el jugador que me pasará la pelota? Debe de habérselo tragado la tierra, y al balón con él – se quejaba Teo.

– Paciencia Teo, tendrás que esperar un poco más en la banda, tu tiempo todavía no ha comenzado – le explicó Juanjo.

Junto a Teo en la touche Liam no sabía lo que quería, y tal vez nunca lo sepa, su único deseo ante cada balón era ver otro balón.

Al poco de iniciarse el encuentro, Ángel calculó que si Manu Ortiz cobrase por cada placaje cincuenta céntimos, incluso la semana pasada ya sería un chico rico, en placajes. En este partido los muchachos estaban haciendo más locuras que de costumbre. Los contrarios jugaban como si el partido fuera un negocio secreto que perdura bajo un velo tenue pero impenetrable; hasta que Luis buscó en la caja del maul una sorpresa.

Maestro en la finta, Pablo Siete-pases oficiaba de nahual en las líneas traseras; y Marc García llegó a la melé desordenada, como empiezan casi todos los sueños, con una furia interior que derrumba las puertas; pero la dura percusión y el esfuerzo de cerrar la puerta del ruck le dejaron tan exhausto que ni siquiera intentó correr en apoyo. Luego casi a cámara lenta Bruno lanzó un pase al pecho de Jorge, como si le encajara una lanza. Fue un golpe insignificante, Jorge se limitó a sonreír y se dejó caer contra el defensor, que lo abrazó con ternura como si hiciera mucho tiempo que le esperase al filo de la línea de pase; después quedaron tendidos como fardos llenos de intentos. Cuca viendo romper a Sergio Puerta el espacio continuo como si tal cosa, pensó que los jugadores actuaban como niños, pero todos sus actos eran actos de amor.

Al relevo se llenó el campo de juego de huidos, tapacaminos y gente que lleva el balón a tuto; también se pobló de personajes de cuentos: Marcos Pulgarcito, Nayan Pinocho asiduos en el compadraje; pero a la vez acudieron prestos al olor del balón ovalado, Lorenzo el Sastrecillo valiente, Diego Soldadito de plomo y Mario el Príncipe azul. En lo más ardiente de la partida una peligrosa sonrisa crispó el rostro amable de Guillermo justo antes de que se aferrase al faldón blanco de la camiseta de Fernando, que cayó al suelo apoyando la cabeza en la curva de su brazo izquierdo, alargando el otro para liberar la pelota; pronto dos cuerpos entrelazados, con menos chicha que un boquerón, la protegieron para que luego Axel le diera salida libre a un costado. El balón llegó a manos de Pablo Vique e intentó acelerar hacia el espacio abierto; entonces los jugadores y espectadores perdieron suavemente sus contornos, estaba oscuro y al final, a la misma altura que los palos, vio fugazmente un árbol en la noche, todo volvió a lucir como antes, en la mañana luminosa, en cuanto descubrió que nadie le cortaría el paso.

…Vimos lo que iba a suceder, y algunos le avisaron alzando la voz como truenos en la lluvia, pero él no oía y siguió corriendo hacia aquellas lunas de escaramujos. Fue entonces cuando lo atropelló el autobús de las diez y media.

 

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