Crónica completa de Michael.

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Está es la reseña completa sobre Michael Dorcey sin la mutilación sufrida por parte de la prensa . Gracias.

Michael Dorcey.

El otro día de viaje hacia Madrid con los chicos, nos acompañaba Michael, y fui invitado a soltar un speech sobre su persona. Lo primero que se me ocurrió fue decir que yo a Michael lo recordaba de siempre, y hace ya mucho tiempo, así como es ahora alto, apuesto y con canas. Pero evidentemente Michael también fue un niño.
Nació en 1941 en la capital de Irlanda, Dublín. Vivía frente al mar y allí se forjó una buena reputación de fuerte nadador, remero y pescador de gambas. No es de extrañar que le viéramos entrenar hiciera frío o calor, fuera primavera o en el crudo invierno, con las mínimas prendas. En el rugby se inicia a la edad de 8 años, de la mano de su padre, con el colegio en el Monsktown. Ya como estudiante pasó por varios equipos universitarios (UCD y UCG). Pero el equipo de sus amores en Irlanda es sin duda el Lansdowne, donde fue capitán.
Allí en Irlanda pronto destaca en su puesto de segunda línea por su estatura, fuerza y las cariñosas “pinzas” que infligía a los contrarios en las touches. También era conocido en los terceros tiempos por su buena voz y oído musical.
Y tras un gran hombre, siempre hay dicen, una gran mujer. Siendo bilingüe (en irlandés) trabaja para la oficina de desarrollo rural, y conoce a Maire que sería su mujer en Roscommon, y después de un romance a la irlandesa, con cortejo incluido (recuerden” el Hombre tranquilo” de John Ford), se casaron en 1970.
En 1974 la pareja se muda a Madrid donde viven con su hija Nessa, hasta que Ford España abre su factoría en Almusafes. Llegan a Valencia en 1976, y nace Eavan al año siguiente. La familia gusta los fines de semana pasarse por el viejo cauce del río Turia, en el campo de la Petxina, a ver partidos de rugby. Al cabo de un par de años Maire empuja a Michael a que se apunte de nuevo al rugby. Y de la mano de José Soler “el feo” (un histórico del rugby valenciano, de la época de Balta Bonet Coll) Michael entra a formar parte de nuestro club.
En los primeros entrenamientos recordaba su admirado Alfredo Bonilla, que se entregaba con tanta energía y vigor que los compañeros le huían en el contacto. Como yo le recuerdo, ya veterano en las lides, Michael nunca fue un jugador elegante, jugaba como Robocop, allí abajo en la mina, haciendo las labores ingratas, fajándose en los puntos más calientes, era sin duda de los que hacían la mudanza con gran esfuerzo y sacrificio, fiel representante del fighting spirit (espíritu de lucha irlandés) y del fair-play hasta el exceso.
No era aconsejable entonces enfrentarse a Michael, sus manos son apenas dos centímetros más chicas que las de sir Colin Meads “Pinetree”, un legendario All Blacks que llevaba el balón como si fuera de juguete.
Algunos estamos convencidos que Michael es de otro planeta, poseedor de una resistencia aeróbica portentosa, gustaba en el entrenamiento cuando tocaba carrera continua, charlar con los compañeros corriendo de espaldas. Pues una vez rodando siguiendo el pretil del río, y conversando con Salva Monleón de puentes y pantanos, no vio un banco público que le cortaba el paso y al tropezar dio el salto mortal hacia atrás, cualquiera de nosotros hubiera quedado tendido al borde de la muerte, Michael se levantó de un bote y siguió, seguro que dolorido, la carrera y el discurso.
Hosco, rudo, fibroso, generoso luchador en el juego, fuera del campo Michael es hombre simpático, amable, servicial, entrañable compañero, siempre me encanta su predisposición en animar a los jugadores con sus gritos de aliento, encuentra el gesto, el apretón de manos, las palabras justas para reconocer el buen partido o la jugada primorosa, palabras y gestos de ánimo que los jugadores agradecemos como no os hacéis idea.
En los 80 con el nacimiento de Oisin y Liam, Michael cuelga las botas de jugador. Pero no deja el rugby. Prosigue su afición como autoridad arbitral, entrenador de categorías inferiores, bolsero con la selección valenciana, delegado en el club y la federación… haciendo amigos allá por do fuera.
Además empieza una nueva etapa como atleta en la S.D. Correcaminos, cinco maratones, alguno junto a su esposa, lo corroboran. A él y a Paco Gómez-Trenor debemos una iniciativa, que por desgracia no tuvo continuidad, un desafío atlético entre el Correcaminos y el RCV.
Con el paso de los años el tío Roper (como lo conocemos los más antiguos, de la serie televisiva británica: George y Mildred) sigue siendo ese apasionado del rugby que pasea por los campos de juego intentando descubrir a ese gigante sobre la tempestad como Willie John Mcbride en algún joven jugador, sentir el aroma del flair de Mike Gibson o el pellizco de Brian O’driscoll.
Y si vais a entablar conversación con Michael os aconsejo que os arméis de paciencia, aunque disfrutaréis de su excelente castellano.
He discutido con el autor de estas líneas los pormenores de su trama, las he releído; no me parece una imprecisión ni una hipérbole decir que todos queremos a Michael.
¡Vamos Michael! ¡Vamos Valencia!