Una temporada en fuera de juego XIV

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Yo vi tus piernas reír; nos duele el licor de los pulmones; tú el conejo azul eran los pases que a lo lejos nos persiguen delante de nuestros vuestros sus culos. Todas esas cosas pensaba Tom al salir de un maul que acabo en ruck, por decir algo, por no haberse cobrado penal el árbitro antes de que el apelotonamiento acabase en apilamiento peligroso, de que nos sorprendieran besándonos en un paisaje inútil. Jim había salido airoso del lío, a pesar de que unos tacos amigos le habían pisado allí donde la espalda pierde su casto nombre y tus manos  buscaban bajo la camisa. Pero aún peor parecía estar un aguerrido abejorro que se retorcía en lo verde en lo hondo de tus ojos sujetándose la entrepierna con ambas manos y esperando el alivio que no parecía llegar.

Desde hacía tiempo a Jim le costaba dar un buen pase. Desde luego los balones no eran como los de antes, lindos frescos y brillantes; Jim intentaba ponerlos bocabajo a ver si así al menos se despegaban mejor de las manos y poder darte un abrazo en cualquier esquina doblada. Y eso que estaba ahora entrenando el pase como habilidad básica y recurso táctico para avanzar en silencio en una noche de clara luna. Y si algún pase conseguía al fin hilvanar en su triste soledad siempre era a quemarropa, o pases de la muerte; entre sus entrenadores era ya conocido como “el ejecutor”, por la cantidad de camaradas perdidos que había enviado al pelotón de fusilamiento una lluviosa madrugada de primavera. De tal manera que había tomado la resolución irrevocable de comerse los balones, y avanzar solo en la oscuridad de las defensas todo lo que pudiera hasta lo más profundo del bosque.

Tom contaba entre las víctimas habituales de “los regalos” en forma de pase de su amigo Jim. Pero de momento nunca se lo había recriminado, nunca te dije te quiero, él tampoco se sentía muy orgulloso de su técnica de pase, solía recurrir con demasiada frecuencia, en opinión de sus entrenadores, a pases de protección o pantalla, y seguía enviando pases caca de la vaca. Tú sabes como yo que por entonces todo era diferente todavía en la isla éramos felices y despreocupados. Pero estaba resuelto en mejorar su pase lateral, convencido de que era más efectivo, y desde luego mucho más estético, cuando estaba descubriendo, no sin sorpresa, el elemento trágico del deporte.

Todo empezó por un balón mal negociado por Jim, esta mañana los jugadores tenían flojas las manos. Tom que estaba en apoyo meritorio se hizo con él a duras penas, pero fue presa de la presión del contrario como yo fui presa de tu embrujo pajarito, y durante unos segundos cayó el balón en el limbo de los balones muertos. El balón en órbita fue describiendo recorridos hiperbólicos, y andaba como cascajo de mano en mano. Jorge Beta se encontró con la pelota debajo de la escombrera del ruck, como de repente no se le ocurría que hacer con él se lo pasó a Miguel, que llegaba aupado en una ola, que guapa estabas en el juego de las olas, este se lío la manta  a la cabeza y resolvió que llegaría al final como fuera. Pero no sabía que por el camino rudas abejas obreras no le iban a dejar alcanzar su objetivo, aquella tarde espere en vano que llegarás pequeña flor de piedra. En medio de la pelea llegaron Pepe y Javi, casi mejor que se hubieran quedado en la retaguardia. Sin comerlo ni beberlo se montó una ensalada de trompazos, voleos, galletas, estacazos, viajes a cualquier destino del mundo, mocos y algún cosqui, vamos una inflación de hostias que ni en la bolsa de Wall Street, lo que se llama vulgarmente puñetazos, golpes o choques violentos y aparatosos. El árbitro puso orden a empellones y casi todos corrieron al tercer tiempo; tiempo de volar, tiempo de cantar, tiempo de amar…

Pero los regocijos deportivos no habían llegado a su fin, aún quedaba la carrera final, el beso robado en la salida de la melé, el cabello al viento tu falda al viento, tus ojos que ríen tu boca que espera. Rodrigo y Diego Van que parece que no habían tenido bastante con la zapatiesta de antes se apuntaron al siguiente partido, que les vino como zanahoria al culo, pues en este encuentro lejos de liarse a trucos y tortas, este fue de correr y  no te menees. En la pista de baile todos hicieron gala de sus mejores pasos y pases. Qué alegría más alta bailar en los pronombres, Bruno a ritmo de pasodoble desarbolaba la defensa como un torero bailarín, sujétate fuerte y cierra los ojos; y Álvar al compás de la rumba enfilaba la línea de touche hasta el final, espérame en lo alto de la colina mi alegría de mañana. Cansados y felices de darle a la conga, el tango y la polca, se fueron todos a rematar el tercer tiempo; es tiempo de bailar, tiempo de amar…

La mañana vencida busqué refugio en tu regazo y descansé la cabeza en tu corazón, mientras Ibu y John López daban buena cuenta de los restos del almuerzo bajo la mesa; llegó el inspector Jem Mackie, y asomando su jeta rubia de caledonio, les preguntó muy en serio: ¿Habéis visto un fantasma?

Continuará (…)

Albert