Pulgarcito y el malvado ogro XVI – Crónica de los S10

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Sábado 23 de marzo.

 

Madrugada. Cielo nublado. Quietud en las calles desiertas. Remolinos de pájaros verdes y anaranjados se diseminaban en las alturas, girando cada vez con mayor amplitud como ondas en el agua, alrededor de las enhiestas perchas del campo solitario.

Luego en lo alto del campo de juego, en la mañana luminosa y serena, en dirección contraria giraba la rueda encendida de una jugada interminable. Dos jugadores al galope se perdieron en la tolvanera. Con gracia Rodrigo llevaba equilibrado el balón que en sus manos  parecía pequeño y liviano, pasó con rapidez… Jorge sintió con gratitud el duro contacto del camino bajo sus pies, y los contrarios, que antes había perdido de vista, ya volvían a estar al frente mientras corría por un camino cada vez más estrecho. En el país de los cuentos Marquitos, Sergio Juan y Pablo Sánchez, dignos adoradores de Pulgarcito en su astucia, jugaban como Dios manda en la cuaresma lúdica de la UCV. Y más tarde, como si los cuerpos se cerraran sobre su cabeza, apiñados, inclinándose sobre él, blandos… Alguien tiró tras Ambroise Gabriel la carabina y un balón muerto en la melé. Ángel volvió a mirar con buenos ojos el campo del río, donde antaño tantas carreras y patadas había dado en el polvo.

Entretanto una dulcísima brisa bailaba el cabello revoltoso de Carmen y Cuca, Nico y Juanjo, casi  a escondidas, abrían las puertas de toriles, de donde Estudiantes y Científicos salieron escarbando el albero. Y a Luis Oller el juego le empezaba a sonar a pequeñas canciones para grandes jugadores. Sin aliento, Marc García se guareció bajo el pórtico de un maul en movimiento que, con todo, parecía más bien la boca oscura de algún lóbrego antro de perdición. En ella se apretujaban los jugadores con sus caras afligidas y sus manos sucias. Pablo Siete-pases (Endersby) avanzaba meciéndose como un barco ebrio por el terrible cerrado, para encender, tras la defensa, una brillante jugada con un pase repleto de intención y furia.

En otros aledaños, subió corriendo y se acercó a un claro en lo alto de una loma, Noah podía ver el cielo. Pero no lograba orientarse. El cielo azul se había vuelto extraño y las nubes le enviaban esta mañana un mensaje más desolado aún que el evocado por los pajaritos huidizos. Sin previo aviso se fue directo a por el que tenía el balón, después solo le vimos la espalda, los talones pegar al culo y la punta del balón bajo el brazo.

Alguien que llegue, aunque sea demasiado tarde, pensaba Luis, al verse rodeado de rivales, al apoyo, al rescate desesperado y consiga en ese último intento levantar la pelota, que nadie parece querer salvar. También Teo se detuvo, indeciso frente al camino que recorrería para llegar al campo contrario, o incluso a la línea de marca.

Juanito oyó voces, voces que le recordaban caras amigas, pero entre todas solo reconoció la voz del Chino… Otras veces sin embargo ni una voz, ni un grito llegaban a sus oídos. Solo la torpe succión de sus pasos, o de los pasos tumultuosos de otros jugadores, y a pesar de todo, parecía que no hubiese un alma a la vista.

Un poco más tarde entró en silencio, parpadeando y miope en la repentina penumbra de la línea de ventaja perfumada de sudor y pan recién horneado. Y el río de aquella mañana entró con él, áspero y puro, con su corriente matutina que se aproximaba, se retorcía y estrellaba para al cabo resbalar y hundirse, en remolinos incoloros en la curva arenosa, mientras madrugadores jugadores daban vueltas y se zambullían, se zambullían y daban vueltas y se zambullían de nuevo en el agua, desplazándose con la precisión de los planetas, a la vez que la corriente renacida volvía pronto a estar en calma. Los jugadores yacían esparcidos a lo largo de la línea de pase: había oído a los muchachos que, como jóvenes liebres, desde las lindes de las escuetas vides comenzaban ya a saltar sobre sus afligidos balones… No obstante, el campo parecía vació. O mejor dicho, había una silueta. Vestido con su elástica naranja que no parecía del todo desaliñada, Manu Badenes estaba preparado para escapar a lo desconocido, en silencio el equipo entero esperaba sobre sus buenos apoyos una señal liberadora.

 

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